Un extravagante mayordomo presta declaración en una comisaría porteña: han desaparecido misteriosamente su señor y una criada. Así es como Footing sostenido, la primera novela de Santiago Stura, exhibe desde el vamos los rasgos propios de un policial criollo, en el que la frialdad analítica y la sofisticación anglosajona, propias del género, son puestas en entredicho por los ronquidos del sargento Barreiro y la picardía de sus compañeros.
El resto del novela, sin embargo, se ocupará del viaje que emprenden Marisela y Valentín, los desaparecidos, para escapar con un tesoro rumbo a Paraguay. De este modo la trama, aun conservando alguno de los rasgos aludidos, tendrá más afinidad con el relato de aventuras y la narración maravillosa.
Ciertas marcas de anacronismo a la hora de pintar a Buenos Aires, junto con la excentricidad de la mayoría de sus personajes y sus prácticas, cubren el relato con un tizne de exotismo que es evocado desde la misma ilustración de tapa. En ella, un ambiguo personaje de frac, de rostro pálido y rasgos femeninos, esgrime una copa de champagne junto a una bella mujer desnuda, de piel morena. La postura de sus cuerpos y una guarda de hojas de cáñamo hipertrofiadas, que enmarca el conjunto, le dan al cuadro la apariencia de una estampa en la que se evoca un mundo lejano e imposible.
Sumergido en esa atmósfera de extrañeza que impregna el texto, el testimonio del mayordomo apela a una retórica acartonada y excesiva, que contrasta con las familiares locuciones de los policías argentinos. El mayordomo narra como si todos los hechos y detalles revistieran la misma importancia: “Fui hacia la ventana y saqué la cabeza sobre el balcón con la ilusión de ver al patrón aproximarse a trote vivo por la vereda, cosa que me fue imposible por lo frondoso de las copas de los árboles, que en esta temporada se expanden con brío”. En sus palabras se manifiesta un no declarado afán de pintar un mundo perdido para él y desconocido por esos extraños, los policías incultos y sin clase que habitan ese “antro” llamado comisaría. Al mismo tiempo, el relato que se pretende informativo demuestra a cada paso el imperativo ridículamente estético que lo guía: “Me parece verlo, apoyado sobre la baranda negra, suspendido en la noche. ¡Qué figura! Pese al exceso de almidón con que se le había planchado el saco, tendría que haber visto ese lino a merced del viento”, “la dama, como el brazo de Venus, faltaba a la fiesta”.
La extranjería tiñe toda la novela. La mansión que habita el protagonista está situada en el barrio de los consulados y embajadas. Él mismo ha nacido en Buenos Aires pero se ha criado en Suiza. Su sirvienta es paraguaya, y hacia su país emprenden la huida en barco. Los tripulantes de la nave poseen –o lo simulan- diferentes nacionalidades; abundan entre ellos los giros en portugués y portuñol, francés, inglés, latín y guaraní, junto con un español arcaico o demodé.
La tripulación que viaja en excursión turística hacia el Matto Grosso acentuará sus rasgos exóticos cuando, arrastrada por la inundación, se aventure por tierras extrañas, fuera del cauce del Paraná.
Si el aristócrata pintado al modo de los personajes modernistas -excéntrico, nervioso, esteta, dueño de una “sensibilidad superior”-, hace un constante despliegue de su cosmopolitismo, como un exotismo de la elegancia y del consumo cultural, los policías y los pobres isleños, por el contrario, están desprovistos de todo extrañamiento folclorista.
En un viejo artículo, César Aira sostiene que la fórmula última del exotismo consiste en cosificar la nacionalidad ajena hasta volverla una estampa pintoresca. En ese sentido, Footing sostenido desnaturaliza el paisaje propio a fuerza de un exotismo invertido, para exhibir lo distante que cada hombre está de su propia realidad.
Como si fuera la obra de un cameraman que se entretiene irresponsablemente con el zoom, la novela practica un constante juego de acercamiento y alejamiento con relación a los objetos focalizados. De este modo, la narración se desliza, una y otra vez, desde un núcleo de acción hacia un pequeño gesto (“Hay un nombre, una casa (...) el nombre de una casa –concluyó y comenzó a abanicarse con un formulario de obra social”), desde un objeto hacia su detalle (“-Mejor bajá la Olivetti –le respondió el oficial Iribarne-, salta en la ele y en la te, pero es la mejor que imprime al carbónico”), desestabilizando con el humor todo intento de obturar la emergencia del acontecimiento. Stura logra hacerle creer al lector que en un relato todo, aun lo más inesperado, puede suceder: sobre la lluvia, sobreviene el granizo; una inundación irrumpe sin precipitación previa; el ancho mar del campo se vuelve una expresión literal; un Monstruo surfea satánicamente por el Paraná y, como se dice en su novela, “nada es lo que parece” o “nada más ajeno a la realidad”. Según la literatura, parece decir Footing sostenido, nada sería más ajeno a la realidad que lo real mismo.
Publicado en diario El ciudadano & la región, Rosario, 5 de junio de 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario