La vida galante y otros poemas es el primer libro publicado en nuestro país de Osías Stutman (Buenos Aires, 1933). Poco conocido en Argentina, Stutman estuvo vinculado en su juventud con poetas y grupos surrealistas locales. Se graduó de médico y emigró a Estados Unidos, expulsado de la Universidad durante la dictadura de Onganía. Se dedicó durante décadas a la investigación en inmunología básica, disciplina en la que se destacó internacionalmente. Vivió también en Francia y actualmente reside en España. En los años noventa volvió a escribir poesía, su oficio de “tiempo completo” desde su retiro de la actividad científica.
De todos estos pretextos biográficos, al menos dos parecen dialogar de manera constante con los textos de Stutman. La madurez tardía desde la que retoma la escritura poética -no es casual que memoria, recuerdo y olvido pueblen obsesivamente sus poemas- y la competencia analítica del investigador, seguramente responsable de la impronta reflexivo-conceptual de su escritura, muy autorreferente: el mismo autor reconocerá en su poesía el intento “de comprender y, a veces, de explicar”.
“La Vida Galante (1991-2008)”, primera parte del libro, se divide en seis subgrupos y es la más extensa. Le sigue “Escritores (1997-2006)”, el grupo de poemas más breves y acotados temáticamente al problema de la escritura. Muchos de ellos, como lo advierten sus mismos títulos, son el resultado del trabajo de reescritura de textos anteriores, con los que forman breves series. El poema “Sextina de la escritura”, de la primera parte de la obra, puede explicar el uso arbitrario –lúdico, humorístico- que Stutman hace de las formas fijas en “Los Sonetos Completos de Gombrowicz (1996-20006)”, tercer apartado del libro: tras señalar que no cumple con lo estipulado por la convención métrica referida, aclara: “Pero sin esfuerzo digo lo mismo,/ en ese número secreto, que es mi engañoso/ esquema de las muchas pasiones que hablo”. Sin respetar en este caso medidas ni rimas del soneto -hay además un guiño al lector desde el título del último poema, “Verso Libre”-, el número de versos y su distribución estrófica le sirven como recurso de economía en la composición.
Dos impulsos parecen imponerse en la generación de los textos de Stutman. El primero, que connota su familiaridad con el surrealismo de sus comienzos en Argentina, es el visionario. Una inagotable cantera de imágenes, que se suele analogar con la infancia, parece abrirse frente al poeta, apelando a su sensorialidad a través de todas las formas (colores, olores, texturas) de la belleza femenina. Se extiende de este modo una prolífica serie de figuras seductoras, con importantes dosis de exotismo y artificiosidad –las notas que acompañan los textos suelen aclarar algunas de sus fuentes de inspiración (otros textos, películas, cuadros, etc.)-, provistas de joyas, prendas, materiales preciosos, que pronuncian palabras extranjeras y se manifiestan visualmente como cuerpos fragmentados (se llega a dedicar un poema al poder subyugante de “Tres axilas”).
El otro impulso es el reflexivo. La sensación de dificultad que se experimenta tempranamente frente a la densidad conceptual de los textos va cediendo tras sucesivas lecturas. Por momentos, dicha complejidad parece licuarse para ceder sorpresivamente a una impresión de extrema claridad, sin duda respaldada por la felicidad formal de los versos que tratan de manera recurrente ciertos temas: “Sin orgullo escribo lo mismo/ cien veces. Ellas son mis repeticiones,/ mi colegio obsesivo, mi congreso.” La repetición puede entenderse también como figura retórica. Desde los poemas más extensos a los más breves, un término suele ser retomado pocas palabras después, en general con su misma carga semántica, como si con ello se buscara menos resignificarlo que destacar el foco de atención del discurrir reflexivo: “La virtuosa confianza declina y produce/ olvidos. Los fogosos olvidos manejan el alma”. En el mismo sentido, a veces se utilizan en una misma expresión diversos términos que poco aportan conceptualmente, y parecieran responder a la búsqueda de un efecto acumulativo, persuasivo, didáctico: “El texto indica y señala una oscuridad fundamental”. Son menos los momentos en que tal redundancia desliza un matiz irónico, como en el único poema del apartado final de la obra: “Tejo textil texto”.
Tal es la intensidad indagatoria de Stutman, que las ocurrencias del mismo lector suscitadas por un texto suelen aparecer, en una suerte de súbita confirmación, en textos posteriores, como si el mismo escritor incluyera en un juego de espejos los efectos especulativos de su propia escritura para seguir escribiendo y pensando la poesía.
La confluencia de ambas fuerzas genésicas se insinúan en el primer poema de la obra: “Escribo como un poseído automático/ pero me niego a quebrantar el lenguaje”. En productiva e inagotable tensión, saltan a la vista los límites del lenguaje racional: “La memoria no es sentido/ y nunca lo fue. Es digestión/ enarbolada de imágenes y nociones/ que nos tocan con sus manos”. El poeta es entonces el que se ha quedado sin fundamentos (“Además nos han privado del don/ de persuasión como a Casandra/ ultrajada, y la certidumbre/ nos abandona”), el que ejerce un “pensar desprendido” en el desierto, y sólo puede intentar comunicar la experiencia de ese límite. Lector o visionario, el personaje de los poemas se deja fascinar por las imágenes, que al tiempo que producen visibilidad, iluminan, se sustraen, se alejan, para guardar el secreto. Ese movimiento ambiguo es recreado de manera permanente a través de “lindas paradojas”. Y es dialéctico. Se estimula la mirada sobre una visibilidad producida (“veo”, “veo”, dicen los poemas), mientras el acto de la seducción evoca el secreto, el recurrente olvido.
La lógica de la seducción insistentemente aludida (“la apetencia, la avidez, la aproximación/ no pueden detenerse”) no sigue una intencionalidad del sujeto, que como tal sólo puede desear: “Las intenciones ya no cuentan,/ sólo hunden mi alma en su desesperación”. El charme de lo que seduce está en relación con la ocasión, el azar (“Son cosas que no se esperan/ y cuando ocurren es por azar perfecto”), no surge de una identidad seductora localizable genéricamente –son recurrentes las referencias al travestismo y a la androginia: “estas mujeres/ tienen perfectos rostros de varón”-, ni espacio-temporalmente: “El mundo les pertenece sin/ fronteras, con ruido y con silencio/ con calor y frío”. Se seduce a condición de no ser nadie, de una apertura, de un vacío. El objeto de la seducción se vuelve pura apariencia, más allá de la verdad y de la mentira (“Lo verdadero y lo falso, palabras con prestigio/ y renombre sonante”). Es un simulacro que ilusiona, una puesta en escena. El secreto multiforme puede aparecer como lo extraño, lo fantástico y lo maravilloso, rasgos que se imprimen en algunos poemas que funcionan cual breves relatos: “Esa tromba de erizos saliendo del mar,/ olorosos, claros, frescos, brillantes/ como joyas, me rodea y me salva la vida”.
La memoria opera en nuestros pensamientos y percepciones pero es inaccesible en sí misma, no se la puede conocer directamente. Es una hipótesis por la que explicamos el carácter temporal de lo vivido. Desde ese creer, se proyectan los recuerdos hacia el pasado y las esperas hacia el porvenir. Algunos estados negativos como el temor y la angustia desestabilizan la confianza que supone el creer y pensamos, auto reflexionamos, confusos y perplejos: “Casi apóstata./ miro sin ver. ¿Quién me aprieta el corazón?// ¿Qué palabra me define? ¿Quién me acaricia/ con mano suave?” Por su parte, parece decirnos la rigurosa y arriesgada escritura de Stutman, las visiones y la poesía, con su fuerza imaginaria, con sus “argumentos eternos” que “no se pueden pensar de otro modo”, permiten “barajar la esperanza/ peligrosa, la sonora esperanza, tan cotidiana…”
Publicado en Diario de Poesía, Buenos Aires-Rosario, n° 79, noviembre de 2009 a marzo de 2010.
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