El que está cruzando el río nació en San Nicolás (provincia de Buenos Aires) en 1972 y vive en Rosario desde 1990.
Es profesor y licenciado en Letras, y Doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura. Colaboró con reseñas, notas y entrevistas en el periódico El Eslabón, el diario El ciudadano & su región, el diario digital Redacción Rosario, el suplemento "Señales" del diario La Capital, la revista Diario de Poesía y en la sección reseñas de
http://www.bazaramericano.com/.
Es uno de los responsables de Salón de Lectura, sección de escritores del banco sonoro
Sonidos de Rosario y seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (Córdoba, Editorial Recovecos, 2009).
Escribió
Letras de rock argentino. Género, estilos y transposiciones (1965-2008), Baja tensión (Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2012), Desaire (Bs. As., En Danza, 2014) y el inédito Locales y visitantes.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Memorias desorientadas


Tras la reciente publicación de su lograda Intemperie, llega una nueva reedición del novelista Roger Pla (1912-1982). Se trata de Las brújulas muertas, escrita a finales de los 50 y publicada por primera vez en 1960. Lejos de mitificarlo como un autor injustamente olvidado —varios de sus libros gozaron en su momento del reconocimiento público—, esta reactualización sirve para tener una visión más acertada de su obra, que dé cuenta de sus logros pero también de sus tropiezos.
Como preanuncian al unísono título y epígrafe, la falta de norte en un mundo decadente constituye el núcleo dramático y ético de la novela de Pla. Daniel, su protagonista, es un joven oriundo del interior que, estancado en un pasado —real e inventado—, lleva una vida de bohemia en la Buenos Aires de la década del cincuenta, financiada por los giros mensuales de su tío, el usurpador de la fortuna paterna.
Alojado en una pensión pobre, Daniel alterna sus horas en bares, bodegones y cabarets con personajes de la noche, gente de negocios poco claros o ilegales —generalmente contactados con el gobierno—, rufianes, prostitutas y espías. Vive una turbia historia de amor que se entrelaza palmo a palmo con la vida política del país —postrimerías del primer peronismo— y se fusiona finalmente con ella en una tragedia común: el bombardeo a la Plaza de Mayo de junio del 55.
Habiendo recibido una vasta y rigurosa formación humanística por parte de su padre, un intelectual prestigioso ya fallecido —se ha suicidado—, el "chico" se entrega a la vida sensual y al alcohol, convirtiéndose para los demás en una especie de "mono sabio". Todo su bagaje cultural parece dramáticamente inútil —como recrimina el tío Néstor a propósito del final dramático de su padre— para leer su propia vida y evitar una trama siniestra que lo atrapa con precisión de relojería. Los personajes del pasado (sus padres, su tío, Margot, su amigo Tédem) conviven como fantasmas con los más peligrosamente reales del presente (Blanca, Hebe, Ricart, el Sueco, Murray, Relgis, Marial). La novela comienza con el "forzoso encierro" de Daniel —una vez que los hechos centrales se han desencadenado—, en el que intenta escribir sus memorias, ordenar vanamente sus recuerdos, para darles un sentido.
El intento se vuelve trágico sobre su vida y repercute como un recurso metatextual desde el que se critican las aspiraciones representacionales del realismo tradicional. Esa tensión entre tiempo de la historia y de la experiencia vital —el tiempo del que estamos hechos, según señala la novela— tal vez sea uno de los logros indiscutibles de Las brújulas muertas, por los recursos compositivos que compromete.
Más cuestionables se vuelven otros elementos gravitantes en la ficción del rosarino. El fluir de la conciencia, "transcripto" del block de notas de Daniel, que ocupa uno de los capítulos del final y cuya lectura puede omitirse sin perjuicio de la progresión del relato según una ironía del narrador, una vez que el lector ya consumó dicho trabajo, es una técnica que lejos de desestabilizar la lógica narrativa tradicional está enmarcada en un programa ficcional sin fisuras. El narrador suele reducir las posibles connotaciones que genera el propio texto. Tanto las reflexiones que inspiran el título de la novela como su oración final demuestran su interés por encauzar férreamente su sentido.
La miopía histórica de un autor, la política leída en clave moral, podrían dar como resultado una novela excelente. Las mitologías suelen resultar positivamente productivas en literatura. Pero éste no parece el caso. La forma grosera en que se entiende el peronismo ("una dictadura no de unos pocos contra todos sino apoyada en grandes masas populares de ojos deslumbrados y ciegos por la brillante luz de tremendas promesas") se corresponde con la desorientación del protagonista y las teorías heredadas de su padre, experimentada por otros personajes de la novela.
Sin embargo la historia se vuelve menos convincente, y aún reprochable, cuando deja de ser un punto de vista de los actores del drama para presentarse como la lectura global del texto sobre la historia argentina y la confusión alegorizada de sus jóvenes, en la que insiste el narrador omnisciente del relato, demasiado seguro de sí mismo en un mundo en el que la gente está tan confundida.

Publicado en "Señales", La Capital, 4/7/10.

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