Martínez, a secas, es un joven profesor argentino. Atraído por el pensamiento de Hollenbach, un filósofo alemán que ha gozado de una breve celebridad en su país en tiempos del nazismo, decide traducir uno de sus libros. Se imagina el futuro introductor de su obra en la Argentina, aunque los motivos de su interés son más complejos y menos conscientes. Primero se cartea con él, luego desea conocerlo personalmente, entrevistarlo, a pesar del trato frío que el pensador le dispensa en sus epístolas. Viaja finalmente rumbo a Alemania, donde emprende una peregrinación detectivesca tras sus pasos: el viejo profesor parece haberse esfumado, con la complicidad de sus conocidos.
Hasta aquí se resume la historia de El comienzo de la primavera, que el mismo Hollenbach seguramente refutaría con su teoría de "la discontinuidad" y que los sucesivos narradores de la novela demuelen con sus juegos de montajes y cajas chinas.
Cada uno de los capítulos intercala la pesquisa del argentino con la deriva rememorante de un personaje alemán: la de Uta Von Hofmannstahl, esposa de Hollenbach y coautora fantasma de sus textos, es una de las más persistentes. A través suyo se despliegan las historias de sus hermanastros, de su padre, de Carin y Emma Göring, del mismo Hollenbach, en un permanente escape hacia el pasado, permitiendo que los "nudos" de "sus historias" se desaten y vuelvan a atarse. La novela no sólo deviene una babel de historias sino también una obsesiva reflexión sobre la Historia, sus posibilidades —que vale también como una poética de la narración— y sobre lo que en términos culturales hoy se reconoce como políticas de la memoria. Martínez inicia una suerte de descenso infernal en compañía de una madre soltera y su hijo enfermo en Buenos Aires, a quienes abandona ni bien la convivencia pierde su cuota de tremendismo, y toca sus últimos peldaños en el viejo continente, en un criadero subterráneo de conejos caníbales. Entre ambos extremos, se desplaza bajo cielos cargados de nubes, en trenes viejos que dejan atrás estaciones sucias y desoladas.
En la Alemania que radiografía el argentino no se oyen bombas, sino el sonido de pequeños huesos rompiéndose, de pasos que resuenan en pasillos vacíos o el tintinear de llaves o vidrios rotos. Sus paisajes están hechos de techos grises, chimeneas de fábricas y cúpulas de iglesias que se pueden ver a través de cristales que reflejan pálidas máscaras. Los interiores fríos y pringosos no resultan más acogedores. Las catástrofes bélicas se pintan y exhiben en los bares, los estudiantes circulan "como tanques de guerra en el desierto" o una anciana gime mientras recuerda un bombardeo frente a Dresde. A cada paso, los detalles que Martínez percibe revelan el horror que convive con lo cotidiano: una bolsa con gatos que golpea contra una escalera y se tiñe de rojo, las piernas sin afeitar de una mujer, el gusto metálico del agua o una puerta que se entorna con dos dedos.
El contraste de parágrafos dentro de un mismo capítulo logra momentos de excelente factura formal, cuando se deslizan temas comunes que dialogan y confunden sus fuentes de emisión, minando las certezas del lector junto con las de los mismos personajes, quienes se sumen en la duda o en la incertidumbre.
La ajenidad del profesor sudamericano le da a su mirada cierta perspectiva sociológica (generalizadora) sobre la que la misma novela ironiza: "Martínez se preguntó si esa habitación desde la que podía observar si se esforzaba la vista el Theodor-Heuss-Brücke atravesando el Neckar no sería un observatorio de la vida cotidiana alemana". A ella se suma el tono reflexivo y sombrío de personajes en su mayoría intelectuales y en plena senectud, para componer un friso despiadado del presente alemán, que por el mejor camino que propicia la literatura, el indirecto, el esquivo, nos habla del presente argentino.
La desmemoria museificada de la Alemania de El comienzo... condice con el comportamiento de gran parte de una sociedad que no sólo decidió "olvidarlo todo" para comenzar de nuevo, sino que pide nuevamente, ahora a cara descubierta, la eliminación sistemática de sus compatriotas. Como dejan pensar las sugestivas imágenes de la novela de Pron: el pasado puede ser un juguete roto; el futuro, un niño que juega con él.
Publicado en "Señales", La Capital, 7/6/09.
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