La lograda nouvelle de Gavazza se inicia con una atípica —para estos tiempos— “Nota del autor”, que parece confundir e inquietar al lector más que advertirlo sobre sus contenidos. A dicha nota le sigue un breve fragmento que anticipa una situación narrada unas cuantas páginas después, exhibiendo algunos de sus rasgos enunciativos: la permanente tensión entre el registro coloquial de los personajes y el problema filosófico enquistado dramáticamente en la conciencia de uno de ellos. Un trabajo asociativo cuya propensión al absurdo recuerda los brevísimos textos dramáticos del poeta Aldo Pellegrini.
El Tiempo con mayúscula es la obsesión de F., el protagonista del relato, que como el melancólico no se puede sustraer de la conciencia permanente de su paso. Sus “argumentos de corte «científico», tan ingenuos como conmovedores” lo convierten en una especie de “investigador del tiempo”, como parece ironizar otro de los personajes. A F., que no debe trabajar ni estudiar para sobrevivir, le sobra tiempo para entregarse a su pesquisa existencial. Como un Quijote que trocó lecturas de caballerías por textos filosóficos y científicos, sale en su Taunus a derramar sus lecturas por el mundo, cuyos efectos sufren su amigo el Negro, su novia Gabriela y Capponari, un buscavidas que recorre pueblos vendiendo cremas y escritos a pedido.
En ese sentido, nunca es gratuita la elección de las locaciones de la ciudad. Asociadas a la circulación constante, a la intemperie nómade, propician los experimentos de F.. Se suceden así los primeros kilómetros de la autopista Rosario-Buenos Aires, un departamento en una zona estudiantil de la ciudad que “funcionaba como un vagón desenganchado del tren en medio de la nada”, la estación de colectivos, los hoteles prostibularios vecinos.
Llena de sugerencias y reverberaciones, El Taunus verde acumula como una novela pero alcanza la intensidad propia del relato breve, como cuando F. declara metafóricamente su destino de dispersión a través del término "entropía" (tendencia natural de la pérdida del orden, la parte de la energía de todo sistema organizado que no puede ser utilizada para un trabajo) y el narrador asimila dicho registro —_aportando sutilmente una clave de lectura— para describir el simple andar de un automóvil, que "hundiéndose tranquilamente en la ruta convertía en movimiento, sin mayores complicaciones, casi todo el calor del combustible".
El lenguaje de la física se vuelve dramático en quien lo utiliza desesperadamente como vía de salvación: "Algo que tenía que ver con la masa, con el tiempo y con la fuerza. Se esforzó en comprender". El intelecto del científico puede comprender la reversibilidad del tiempo pero desde el plano de los seres humanos como F., consciente de que tiende hacia la muerte y no hacia el nacimiento, dicho conocimiento resulta trágicamente inútil e indemostrable. Debe intentar un atajo, una trampa. F. cree encontrarlo en los mismos argumentos de la física. Provocar "un estado de no equilibrio, de inestabilidad" para invertir la dirección del tiempo, para crear historia, para generar un relato. Es así como Newton se convierte magistralmente —irrisoria, trágicamente— en el inglés Newman en una comisaría de pueblo, a la que son arrojados los personajes por el comportamiento del protagonista.
Entre lecturas referidas por los personajes, suelen aparecer los dibujos de Escher, en los que se observan "figuras que se producen y se comen continuamente sin solución de continuidad". De alguna manera presagian el encastre final de la novela y se vuelven metáfora de El Taunus verde, exitoso ensayo de caos y orden que deviene en un cada vez menos frecuente "Tiempo" de "satisfacción y armonía".
Publicado en "Señales", La Capital, 7/2/10.
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