Aunque sonara a bravata -aun con un poco de sorna-, Juan Filloy no estaba bromeando cuando se declaró “recordman mundial de palindromía”. Vocablo que proviene del griego, palíndromo significa “que corre de nuevo” y consiste en una línea verbal que puede ser leída en dos direcciones: de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. “Sólo dí sol a los ídolos” es un ejemplo que solía dar el cordobés, que en cuestión de palíndromos se reconocía en las ligas mayores, junto con el griego Sótades y el mismo Dante.
Karcino. Tratado de palindromía fue editado por la SADE de Río Cuarto y el Fondo Nacional de las Artes en 1988, en una modesta tirada -como casi todas las obras de Filloy-, razón por la cual se agotó con rapidez. Recientemente El Cuenco de Plata lanzó una cuidada reedición, con un diseño atípico que demuestra que el arte de tapa y contratapa, los elementos paratextuales, la tipografía y su disposición en la página pueden ser a veces potentes recursos comunicativos: todo depende de cómo y para qué se los utilice.
Desde su infancia, Don Juan se sintió atraído por el juego lexicográfico que practicaban los griegos cultos. Ya mayor, armado de paciencia y aprovechando sus momentos libres, fue ganando pericia y sapiencia; lo estudió incluso en otros idiomas, como el latín y el italiano. En su novela ¡Estafen! (1932), incluyó unos cien palíndromos.
Karcino, que en griego significa cangrejo, analoga el modo en que se desplaza el animal con la manera en que se leen las formas palindrómicas. A la vez, y siguiendo fielmente el juego arbitrario de los signos por el que Filloy sentía fascinación, cuenta con siete letras, cifra a la que se adecuan todos los títulos de su vasta obra.
La obra comienza con un “Tratado de Palindromía”, al que le siguen unas “Precisiones preliminares” y un “Ejemplario”, compuesto por frases (llamadas “Fillogramas” en el libro) ordenadas según la cantidad de palabras con que cuentan.
El primer apartado desliza apreciaciones técnicas, una breve historia de la “disciplina” y sus practicantes más ilustres. Sin embargo, dentro de este marco divulgativo emerge por momentos una prosa que ensaya, con la intensidad propia de lo literario, sobre una forma de concebir el lenguaje humano. La palindromía es señalada inicialmente como un divertimento, pero pronto adquiere otro estatuto: “En esta disciplina, que tiene mucho de grave por la pasión que recaba y de zahorí por la claridad que revela, el premio es un goce encantador”. Si el juego es gasto, exceso improductivo, se invierte el planteo saludando el “entretener al tiempo en gloriosas naderías, antes que el tiempo se ocupe de perderlo a uno para siempre...” Según Filloy, a través de los palíndromos el lenguaje conecta mágicamente con “el orden profundo de las cosas”. De este modo, el Tratado deviene una bella mitología, en la que los palíndromos contribuyen a desatar dosis inusitadas de alegría que la lengua aún albergaría para nosotros. De ahí la invitación al lector a elaborar los suyos y una breve bibliografía desgranada en las “Precisiones...” para que se inicie en su estudio.
En los tiempos cada vez más vertiginosos en los que vivimos, siguiendo los argumentos de Filloy, las lógicas discursivas instrumentales pretenderían transparentar el lenguaje, provocar el olvido de su materialidad misma en pos de los sentidos por comunicar. Por ello el autor reivindica de los palíndromos su solazarse en la propia materia y cree reconocer, tras ellos, “la jugarreta de un geniecillo oculto” que se identifica con las insistencias del eco y se burla de nuestra mal disimulada insensatez.
Publicado en diario El ciudadano & la región, Rosario, 29 de mayo de 2006.
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