El que está cruzando el río nació en San Nicolás (provincia de Buenos Aires) en 1972 y vive en Rosario desde 1990.
Es profesor y licenciado en Letras, y Doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura. Colaboró con reseñas, notas y entrevistas en el periódico El Eslabón, el diario El ciudadano & su región, el diario digital Redacción Rosario, el suplemento "Señales" del diario La Capital, la revista Diario de Poesía y en la sección reseñas de
http://www.bazaramericano.com/.
Es uno de los responsables de Salón de Lectura, sección de escritores del banco sonoro
Sonidos de Rosario y seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (Córdoba, Editorial Recovecos, 2009).
Escribió
Letras de rock argentino. Género, estilos y transposiciones (1965-2008), Baja tensión (Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2012), Desaire (Bs. As., En Danza, 2014) y el inédito Locales y visitantes.

domingo, 26 de septiembre de 2010

La ley del corte. Sobre: Historia del pelo, de Alan Pauls, Barcelona, Anagrama, 2010.


El título de la última novela de Alan Pauls aprovecha una prescripción gramatical para instalar el equívoco. Aunque el lector presuponga, aun si haber leído otra obra del mismo autor, que no puede tratarse de la simulación novelesca de una Historia –un proyecto demasiado pretencioso aunque muy atractivo para estilistas, coiffeurs, interesados en la moda–, estaría habilitado en teoría para pensarlo. Quien se inclina sin titubeos por las minúsculas advierte al menos dos sentidos gravitando en la promesa del título. Uno de ellos es el de historia –“Una vez, en verano”– como narración, relato de la lejanía, las noticias que del pasado trae un narrador harto inteligente que acompaña de cerca al protagonista (parece un desdoblamiento anacrónico y reflexivo de él) que se interroga –entre las decenas de preguntas que se suceden en las reflexiones de la novela, se puede dudar por momentos de quién de los dos las formula–, piensa, sigue indicios o formula hipótesis, aunque ese narrador le descargue las mismas dosis de lucidez y sarcasmo (“ese pelito alborotado que cuelga de un hilo, ese rulo penoso, esa parodia de afro”) que aplica a los demás personajes (Eva, Monti, Celso, el veterano de guerra). El otro sentido es el de la historia como “problemita” del protagonista, como se dice en el mismo texto, del que da cuenta la expresión “no te hagás historia”. A poco de andar, el lector se encontrará con una nueva acepción, fantaseada por el protagonista: “las historias de vida de pelo” con las que los peluqueros deberían contar antes de hacer lo suyo, similares a las historias clínicas que usan los médicos.
El narrador, que se siente a gusto en la tierra sin entregarse excesivamente a ella (¿Benjamin?), tal vez sea el elemento que con más claridad enhebra la serie de la que forma parte Historia del pelo: una trilogía de novelas de la experiencia (de la sensibilidad –Historia del llanto–, de la identidad –la que nos ocupa, que no por casualidad comienza y culmina con referencias teatrales–, y del dinero –la prometida por el autor–). Si toda experiencia supone una forma de conocimiento, se puede entender el trabajo con la frase característico de Pauls, su estilo, como la herramienta de su lucidez.

Digresiones
Para Pauls el escritor es el hombre que difiere hablar. Los hechos, dice en un reportaje, no le interesan demasiado. Las digresiones permanentes de su escritura no desvían al lector del núcleo novelístico que constituirían los hechos. Los desvíos, las fugas son, por el contrario, su núcleo. Con las frases –en incisos que se entrelazan en ocasiones dentro de oraciones de veinte o treinta líneas– el narrador se distancia (“Ahora la tiene tan cerca que sería incapaz de describirla”) de los hechos. La banalidad del pelo, su aparente inconsistencia como tema (¿en más de un sentido el pelo no es algo superficial?), se sostiene por el brillo de los rodeos que inspira. Incluso esos desvíos terminan haciéndonos pensar, una vez enredados en la espesa maraña temporal que elabora su sintaxis –que parece eficazmente representada por esa fea maraña de la tapa–, si el resultado no podría adquirir algo del espesor de una Historia con mayúscula. Están los hechos, pero también las explicaciones y los argumentos en torno a ellos, sus relaciones lógicas o absurdas, las numerosas capas de realidad que se integran musicalmente en el hilo de su prosa, con frecuencia a través de anáforas, que aparecen tibiamente (“No descubre… No descubre…”) y llegan a repetirse seis o siete veces en un mismo fragmento. Y allí se aproximan autor, narrador y personaje principal: que este último se haga “problema” con el pelo supone “ese modo que tiene de pensar, lento, en espirales, que va erosionando sus reservas de vida y pronto lo ahogará”. De alguna manera, la sintaxis pone en evidencia lo que el pensamiento siempre lleva de locura.

Shocks
Historia del pelo puede leerse como una sucesión de shocks “una serie de heridas”, aunque no todas dolorosas sino asombrosas, a veces reconocidas como “explosiones de deseo ciego” que afecta al personaje principal y “que lo acompaña y lo ve envejecer y llega hasta aquí, hasta hoy”. Una pareja que se besa en un patio escolar, la mordedura de un perro, el propio nombre pronunciado en boca de un extraño, el tacto frío de una valija o enterarse del embarazo de una ex novia, del cáncer de un amigo o de que una persona no trabaja más en el lugar esperado puntúan el relato y al mismo tiempo lo abisman. Esos hechos parecen desbordar la capacidad del personaje principal para procesarlos argumentalmente, asimilarlos con la razón: “un hallazgo del que por alguna razón no le alcanzan los años que tiene ni tendrá para reponerse”. Como se dice de algunos cortes de pelo, lo impactan “como un shot”, desprovisto de un saber que amortigüe sus efectos. Con frecuencia se deja entrever cierta fascinación vitalista sobre esos episodios, percibidos en sincronía con el mundo, desde una sensibilidad agobiada por los prejuicios, las respuestas, las razones, y que no sólo vive el protagonista. El veterano de guerra recibe el latigazo intemporal de Celso, quien a su vez sufre un “shock” cuando descubre la peluca de Arrostito: algo que no tiene precio, que no puede traducirse en el mercado de las significaciones. Lo que no puede ponerse “en un platillo de la balanza y dinero” insiste hacia el final –el corte de Celso, la peluca robada– preanunciando tal vez la tercera entrega de la saga.
Para quien “no pasa día sin que piense en el pelo”, los shocks aportan una información nueva e intensa que se consume instantáneamente, pero generan narración, que no se agota y es capaz de desplegarse pasado mucho tiempo. La sintaxis de Pauls es funcional a ese comportamiento energético.

Límites
El pelo, obsesión temática de la novela, resulta un escándalo como la muerte: “Hay un momento en su vida en que empieza a pensar en el pelo como otros en la muerte”, a la que se hace alusión desde el primer párrafo del libro: “¿No les crece el pelo también a…? ¿O eran las uñas?” El narrador le teme a ambos, desde el momento que aprende la probable finitud de su cabello –pertenece a una familia de calvos– y “el dolor de la insatisfacción” de que no se lo corten bien o de que un buen corte no dure. El pelo se vuelve entonces “un obstáculo oscuro que no llega a bloquear del todo el camino pero contra el que no hay forma de no tropezar”. Si bien “es el fantasma, la bestia negra, el demonio de la irregularidad”, también es lo que sobrevive a la muerte, ahistórico, fascinante y atroz, como el mechón de pelo infantil guardado a modo de souvenir.
El narrador desliza una hipótesis temporal del pelo: “la ley pérfida pero fatal del corte”. La conciencia angustiante de su temporalidad y una ética de la belleza. Bajo el “efecto bueno” se oculta la inminencia del desastre. Hasta lo más banal como el pelo pude espesarse de sentido “a la luz de una despedida”. El límite de la escritura, lo que no se nombra –narrador innominado, sólo el apellido (Monti) o el nombre de pila (Celso)–, o el horror del nombre, que siempre corre el riesgo de volverse sobrenombre (el veterano de guerra), es convocado por los otros temas del libro: el amor, la amistad, esa relación inconmensurable de uno con otro, como dice el narrador, que “se ha fundado en la disparidad, en esa especie de lejanía radical”, y la época, que siempre se nombra y escabulle, y que sólo se comprende en parte cuando se pierde, cuando se vuelve una historia, una novela excelente.
Publicado en BazarAmericano, actualización junio-julio 2010.

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