El escritor rosarino residente en Alemania presenta en “Una puta mierda” una deliciosa sátira sobre la guerra de Malvinas y las convenciones del relato bélico
Una seguidilla de premios en narrativa convirtió a Patricio Pron (1975) en un precoz valor local. Se alejó luego de Rosario y del país, tras obtener una beca de posgrado en la Universidad de Göttingen en Alemania, donde reside. Desde allí, fue responsable, junto con Burkhard Pohl, de una antología de la literatura argentina. En el 2004, obtuvo el prestigioso Premio Juan Rulfo de relato. Ahora, la editorial El cuenco de plata ha editado en Buenos Aires “Una puta mierda”, una deliciosa sátira sobre la guerra de Malvinas que exhibe la potencia de su escritura, hecha de precisión formal y desborde imaginativo.
—¿“Una puta mierda” nació como la idea de narrar una historia sobre Malvinas o derivó en ello durante el proceso de la escritura?
—Fue un libro sobre Malvinas desde el comienzo, un par de años atrás. Quería escribir una novela sobre la guerra como invento de la institución militar y, más específicamente, sobre Malvinas como una especie de cuento que se nos contó a los argentinos; como cuento es más o menos mediocre y demasiado dependiente de los temas y los rasgos formales de la novela bélica romántica, con su estilización del sacrificio individual y la idea de trascendencia y de triunfo por lo menos moral de la nación que cuenta la historia. En 1982 yo tenía seis años y el relato resultaba fascinante; por qué lo era también para los adultos es algo que quizás no tengamos que discutir aquí porque es una de las tantas razones para sentir vergüenza de ser argentino. Lo que importa es que el cuento tuvo un final que no correspondía a su género porque perdimos la guerra y el sacrificio individual de tantas personas no contribuyó al triunfo de la nación y no fue recompensado por todos nosotros, que tenemos una deuda con personas que, sólo por el hecho de haber sobrevivido a la incapacidad e ignorancia de sus superiores, merecerían ser considerados héroes. Quise escribir este libro para esas personas, para los que volvieron de las islas y para los que no lo hicieron, y para sus familias.
—El uso del vosotros, los nombres de los personajes, las primeras acciones relatadas, desbaratan desde un comienzo cualquier intento de representación realista. Pero luego la narración parece ser la versión realista del absurdo de una guerra.
—No creo que sea una novela realista. Quizás se pudiera hablar de un realismo no representacional o no verosímil, de “un efecto de realismo”, pero, más allá de las cuestiones técnicas, lo cierto es que esta novela tuvo una primera versión producto de varios meses de investigación y completamente consecuente con los hechos históricos. Sin embargo, en un punto me di cuenta de que escribirla de esa manera podría parecer contribuir a una tendencia de la literatura argentina reciente que no me interesa y que es la del realismo comercial, y lo dejé; por otra parte, no quería que el libro pudiera pasar por un testimonio de guerra. No es que esté en contra de los testimonios o algo así; hay algunos excelentes como “Iluminados por el fuego” de Edgardo Esteban y Gustavo Romero Borri, y creo que todos los que he leído eran honestos y algunos incluso conmovedores, pero muchos parecían haber asumido los procedimientos formales y los motivos temáticos de la institución militar,. Quería escribir precisamente contra esa forma de narrar la guerra, ya que es la forma utilizada por el enemigo —que en esta guerra es claramente el Ejército argentino, el bando que más soldados argentinos mató— así que decidí utilizar procedimientos de extrañamiento, algunos de los cuales son un lenguaje no rioplatense, un humor absurdo y de a ratos cruel y un realismo, digamos, “extrañado”. En cuanto a los nombres de los personajes, casi todos son de amigos míos que, supongo, no estarán muy contentos de leer esto.
—¿Podría leerse en toda la obra el problema por nominar, por darle el nombre “correcto” a las cosas, por identificarlas o identificarse?
—Sí. Malvinas es un acontecimiento histórico al que se han adherido algunos tópicos más o menos erróneos o desafortunados que llevan a preguntarse cómo contar “correctamente” lo sucedido: los chicos de la guerra, los Pucará, el manto de neblinas, el principito, los gurkas, los piratas. Escribir un libro sobre la guerra presenta a los escritores la dificultad de hacerlo sin recurrir a esos tópicos, y cómo ir más allá de ellos para contar el verdadero acontecimiento histórico que, como todas las cosas, es imposible de narrar. En ese sentido, que hayamos perdido la guerra desde un punto de vista militar no tiene ninguna importancia, ya que Malvinas fue incorporada a la cultura argentina con la guerra, y por lo tanto ya es argentina a casi todos los efectos. De los otros libros de ficción sobre el tema, pienso que sólo “Los Pichiciegos” consigue eludir los tópicos y por eso es una de mis novelas favoritas, pero es difícil interesarse por la literatura argentina y no tener un libro o dos de Fogwill entre los favoritos. O de Gandolfo, De Santis, Piglia, Saccomanno o Aira. Uno de ellos es el mejor escritor argentino vivo.
—¿El sostenido humor del relato responde a la irrupción del acontecimiento que desborda a cada paso el verosímil narrativo? ¿O tiene que ver con otra cuestión?
—Malvinas es la clase de cosas sobre las que uno no sabe si reír o llorar. Si se piensa que la guerra fue la tumba de miles de personas, durante y después del enfrentamiento bélico, sólo queda lamentar que algo así haya pasado y tomar nota de adónde conduce a sus hijos la patria gloriosa por la que los argentinos juramos morir. Por otro lado, Malvinas fue una guerra por unas islas sin ninguna importancia, mal hecha por oficiales megalómanos de oficina que, en su mayoría, sólo sabían torturar presos políticos, tenían un armamento ridículo que treinta años atrás ya había resultado insuficiente y sin embargo se creían Clausewitz. Esto es absurdo y sólo se debería hablar de ello con un humor absurdo y chirriante; además, Argentina es un país absurdo en un montón de aspectos, las canciones patrias, por ejemplo, son increíblemente graciosas: a veces se las traduzco a amigos extranjeros y todos nos reímos mucho. Me parece que un escritor tiene el derecho de escribir de la forma que considere más conveniente sobre cualquier asunto, de su país o de cualquier otro, y pienso que “Una puta mierda” es también una forma de reivindicar para mí y para otros ese derecho de escribir incluso de forma cómica sobre hechos que aún son dolorosos para muchos argentinos. Se trata probablemente de nadar contra la corriente, pero todos los libros que me interesan lo hacen y, al hacerlo, amplían el sistema de posibilidades de una literatura, nacional o no. Si no es para eso, no tiene mucho sentido escribir, o no tiene importancia.
—¿Hay algo generacional en el carácter satírico del texto?
—No lo sé. No estoy seguro de que muchos autores argentinos de mi edad escriban sátiras, aunque sí creo que, al igual que en el caso de “Una puta mierda”, muchos relatos escritos por ellos proponen una mezcla de procedimientos formales y géneros, la sátira entre ellos, sin la distinción habitual entre elementos altos y bajos que permitan reconocer cuán serio es el chiste. Sí pienso que lo propio de mi generación literaria —si es que puede hablarse de algo así— es la sospecha, la mentira y la incertidumbre como temas principales, lo que conecta con determinados acontecimientos específicos de la cultura argentina reciente, Malvinas entre ellos. Quienes vivimos esos hechos sin tener aún una percepción adulta de lo que sucedía crecimos en la desconfianza y en la convicción de que, no importaba lo que se nos dijera, todo podía ser mentira. No es una forma reconfortante de crecer, pero, si aprende a usar esa desconfianza, un escritor tiene todo lo que necesita para hacer su trabajo.
Publicado en "Señales", La Capital, 12/8/07.
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