El que está cruzando el río nació en San Nicolás (provincia de Buenos Aires) en 1972 y vive en Rosario desde 1990.
Es profesor y licenciado en Letras, y Doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura. Colaboró con reseñas, notas y entrevistas en el periódico El Eslabón, el diario El ciudadano & su región, el diario digital Redacción Rosario, el suplemento "Señales" del diario La Capital, la revista Diario de Poesía y en la sección reseñas de
http://www.bazaramericano.com/.
Es uno de los responsables de Salón de Lectura, sección de escritores del banco sonoro
Sonidos de Rosario y seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (Córdoba, Editorial Recovecos, 2009).
Escribió
Letras de rock argentino. Género, estilos y transposiciones (1965-2008), Baja tensión (Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2012), Desaire (Bs. As., En Danza, 2014) y el inédito Locales y visitantes.

sábado, 2 de octubre de 2010

El precursor desconocido. Sobre La conspiración de los porteros, de Ricardo Colautti. Mansalva, Buenos Aires, 2007, 144 páginas.

Publicadas en las décadas del setenta y el ochenta, las novelas breves de Ricardo Colautti (1937-1992) han sido reunidas ahora en un solo volumen por la editorial Mansalva, con prólogo de Elvio Gandolfo. Como los relatos reeditados de Juan José de Soiza Reilly ponen en entredicho la extrema originalidad de la obra arltiana, los prácticamente desconocidos textos de Colautti parecen provocar algo similar en relación con la narrativa de César Aira. En ambos casos, los autores consagrados se vuelven menos sorprendentes cuando, a través del cotejo de temas y procedimientos, se reconoce la naturaleza histórica de sus invenciones, la evidencia de que no estaban completamente solos cuando urdían sus ficciones.

   Por ello, es posible leer como actuales el desborde imaginativo de Colautti, la deriva vertiginosa de sus narraciones que parecen no acomodarse nunca a una trama previsible —aunque estén apoyadas en una sólida estructura formal—, la pintura de excéntricos reconocibles en las tribus urbanas, ese impulso hacia delante que se ha advertido en las novelas de Aira pero que en el autor rescatado, lejos de respetar un impasse inicial, acontece desde el vamos en cada una de sus historias.

   En “Sebastián Dun”, un joven conjura el silencio que lo agobia y llena de temor grabando en cintas magnetofónicas conversaciones, ruidos de la calle, “preguntas y respuestas interminables: de la locura, el amor, la muerte”. Sus relaciones amorosas con dos mujeres, Diana y Eugenia, lo llevan con intermitencias de un mundo picaresco, hecho de estafas, trabajos non sanctos y bohemia porteña, hacia una rutina hogareña pasiva y desesperante, el parasitismo y la reclusión en la cárcel —con una breve estadía en el manicomio, trampa de otros pícaros—, con la que comienza la novela y que anticipa su final.

   En la excelente “La conspiración de los porteros”, el protagonista hace un viaje alucinado con paradas en cada una de las propiedades donde residen los miembros de su familia burguesa (sus tíos, hijos de un abuelo industrial fallecido), en decadencia material y espiritual. Esas residencias que exhiben los restos de un pasado esplendoroso son el hábitat donde conviven la locura, la violencia, el canibalismo, el incesto y el erotismo, narrados en un tono humorístico que alejan a la novela de cualquier viso tremendista.

   “Imagineta”, por último, narra la aventura más delirante, recuperando la relación entre Sebastián y su pareja Diana, corista de un teatro de revistas porteño, de la primera novela. A través de situaciones y personajes que sufren constantes mutaciones y diálogos lacónicos y sugestivos que crean una atmósfera onírica, la narración se despliega como una suerte de experiencia lisérgica.

   Las tres textos, narrados en primera persona por Sebastián, parecen proponerse contar el proceso de volverse loco, no sólo tematizado a través de los personajes, sino además en relación con el problema de la representación que focalizan las mismas narraciones. La euforia con que se percibe la realidad, a cuyos hechos se le es fiel, según el narrador, si se los cuenta “atropelladamente, como si estuviese loco en serio”, y que lo empuja a ganar la calle para devorarla con los ojos y los oídos, aunque la misma idea vitalista sea parodiada en uno de los textos, le hacen temer “no poder dominar nunca más la realidad exuberante”.

   Es a través del delirio desenfrenado como lo social pareciera manifestarse en los textos (las organizaciones armadas, la debacle industrial, la corrupción económica), más presente cuanto más extremo es su arte transfigurativo. En ese sentido, la acumulación de imágenes que “brotan a borbollones” le sugiere a uno de los personajes la elaboración de una “enciclopedia de la fantasía”, con la que se salvaría económicamente como un típico inventor arltiano, y lo llevaría a la fama como “El creador de imágenes”.

Publicado en "Señales", La Capital, 2/12/07.

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