Como un fenómeno de nuestra época y su cultura de las transposiciones -que siempre las hubo pero que se han multiplicado hoy de un modo inédito en diversos lenguajes, géneros y medios-, Luis O. Tedesco ha dado forma a un desmesurado y subyugante “diccionario temático de voces”. Si se recurre al índice del final, la extensa lista de vocablos ordenados alfabéticamente parece corroborar lo que anticipa el subtítulo de la obra. Aunque basta demorarse un poco en ellos para advertir la singularidad de su proceder taxonómico y el modo en que el término “voces” evoca con mayor fuerza el sentido de palabra encarnada, atravesada por la corporalidad, que el de signo como unidad constitutiva de un código, convencional y abstracto. Desde esta perspectiva, el diccionario de Tedesco parece recuperar la palabra acentuada –salida de una boca, como sugería un filósofo materialista ruso-, en tanto atravesada por la historia, la política, la vida afectiva de una comunidad. Por ello la lengua, como se sugiere en la obra, se vuelve algo que “no se descompone”: una “lenguhabla”. La patria incógnita en la que ella se hable será “Lomas del Mirador”, anclaje natal del lenguaje –en el que las palabras abstractas o “espirituales” parecen ganar peso y mantenerse cerca de lo terrenal con su acentuación gauchesca: “mismidá”, “levedá”, “multitú”-, que se impone en tanto topografía poética y no costumbrista; material y no telúrica; cual “lucha de tumores” que desdice cualquier pacífico ceremonial versificado.
Los poemas del libro se presentan como artículos en prosa –sólo un texto está escrito en verso- que explican o definen poéticamente los términos seleccionados. Si, como todos sabemos, una lengua no es su diccionario, ni su gramática, ni la suma de ambos, “Lomas del Mirador” parece proponerse utópicamente la invención del idioma de una comunidad, a través de un glosario anómalo. Para ello, los textos apelan al menos a tres registros identificables, que se alternan a lo largo de la obra. Uno abiertamente prescriptivo, en el que un interlocutor-vecino es tratado de usted; otro de aire más conversacional y menos sentencioso que el primero, cuyos vocativos –un paisano anónimo, un filósofo griego, un torturador genocida o un poeta contemporáneo y execrable, entre otros que se suceden- puntúan el decir; y otro más reflexivo que se desprende visiblemente de las marcas del diálogo. Indistintamente, la sintaxis se expande a partir de anáforas que preceden variaciones predicativas, que se entrelazan en largas enumeraciones que se ajustan a una arquitectura que no descuida el efectismo final de cada texto. En los más conversacionales, se apela al uso profuso de signos de puntuación para finalizar en un único punto final. En los menos, la puntuación corresponde a una prosa más convencional. En casi todos, desde los que se ocupan de categorías de rango filosófico hasta los que se detienen en un detalle concreto del terruño, se percibe cierto brío ensayístico, que hace de la experiencia del saber y de la escritura un mismo proceso inescindible.
Un conjunto de voces y personajes cohabitan en la Babel llamada “Lomas del Mirador”. La sátira suele despuntar cuando los poemas se ocupan de cuestiones históricas, sociales y políticas: los tiempos de la dictadura, el advenimiento del “paraje democrático”, su consolidación liberal en los noventa, la política cultural contemporánea. A veces se insinúa en los textos un barroquismo que exacerba el uso de la aliteración y el neologismo y recuerda en ocasiones al Girondo de “En la masmédula”. Otras, un decir gauchesco que se impone por la fuerza de su estilo –con toda la artificiosidad que implica la invención de una lengua literaria y política-, parece contradecir la admiración que ciertos poemas manifiestan hacia Carlos Mastronardi. Si el poeta entrerriano representa uno de los puntos altos de la lengua y encarna un programa a seguir (“esa entonación mestiza de manantial latino, pureza castellana, emotividad criolla y suburbana oscuridad”), se debe, según al poema homónimo, a que “la voz, parece decir, no tiene estilo, y su forma crece mientras yo desaparezco”. Sin embargo, el tratamiento de temas y motivos diversos que impone la estructura misma del libro pone en evidencia, como un efecto de lectura, la manifestación de diversos modos de decir, lo que es lo mismo, de estilos diferentes, que se “manchan” entre sí, propiciando “la pregnancia semántica y los favores del sentido”. Como uno de sus rasgos reconocidos en la misma obra: “esa cría de mestizaje plebeyo y furia conceptista”. La robustez, lo sanguíneo de la lengua que reverbera en el idioma de Tedesco, que a través de una imaginería epónima connota todo un programa estético y político, se alejan de esa falta de énfasis. Hay todo un uso hiperbólico, “majestuoso”, épico de lo bajo, material, carnal, animal, erótico, miserable, plebeyo; una suerte de choque de códigos antipáticos (una lengua noble, altísima, aplicada a lo bajo y trivial) que insinúa una suerte de utopía descamisada. Ni el apego a los dictados de la cultura, ni la destrucción vanguardista: una tercera posición que opera por rupturas y aspira a la justa redistribución de una lengua.
Publicado en Diario de Poesía, Buenos Aires-Rosario, n° 75, noviembre de 2007.
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