El que está cruzando el río nació en San Nicolás (provincia de Buenos Aires) en 1972 y vive en Rosario desde 1990.
Es profesor y licenciado en Letras, y Doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura. Colaboró con reseñas, notas y entrevistas en el periódico El Eslabón, el diario El ciudadano & su región, el diario digital Redacción Rosario, el suplemento "Señales" del diario La Capital, la revista Diario de Poesía y en la sección reseñas de
http://www.bazaramericano.com/.
Es uno de los responsables de Salón de Lectura, sección de escritores del banco sonoro
Sonidos de Rosario y seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (Córdoba, Editorial Recovecos, 2009).
Escribió
Letras de rock argentino. Género, estilos y transposiciones (1965-2008), Baja tensión (Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2012), Desaire (Bs. As., En Danza, 2014) y el inédito Locales y visitantes.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Sueño de una noche estrellada. El novio, de Enrique Butti. El cuenco de plata, Buenos Aires, 2007, 240 páginas.

El santafesino Enrique Butti (1949) es periodista y escritor. Publicó numerosas obras —en muchos casos premiadas— que incluyen novela, cuento, teatro y literatura juvenil. “El novio”, su última novela, da cuenta de su talento compositivo y se perfila como una de las propuestas narrativas más interesantes del año.

Según los relatos entrelazados que componen “El novio”, un inspector del Catastro Municipal irrumpe en los hogares aduciendo buscar construcciones no declaradas por sus propietarios. Sin embargo, como esos mismos relatos van develando, su verdadera misión es otra: denunciar a melancólicos ciudadanos que se niegan a seguir adelante con su vida corriente, “enclaustrados” en sus propios domicilios, víctimas a ojos del Estado de una patología social que pone en riesgo el bienestar de la comunidad.

Con reminiscencias de las historias de espionaje, pronto se revela que el inspector es más bien un triple agente, de una cruzada personal, amorosa y arrebatadora. En ella, encarna a un seductor que aborda indiscriminadamente a mujeres para arrancarles una cita y un beso, como los pasos previos —”Proemios a la noche estrellada”, se titula la primera parte de la novela— de una verdadera historia de amor, narrada en su segunda parte. De este modo, el inspector que perturba con sus embates donjuanescos la vida rutinaria de decenas de mujeres se convierte en el novio, un perseguidor que también será finalmente perseguido, víctima de su propia compulsión seductora.

“Si yo fuera” es la construcción con que suelen iniciarse los títulos de los capítulos, volviendo enigmáticas las identidades de los narradores y dotando de cierto carácter lúdico a sus relatos. Así se enhebran los primeros apartados, correspondientes a los testimonios de las mujeres comprometidas con el seductor y a los informes de otros agentes de inspección. Si, mediante un recurso ya convencional, la pluralidad de versiones hace avanzar el relato al tiempo que vuelve más enigmática la figura de uno de sus protagonistas, la novela entra en una deriva desopilante cuando se convierten en narradores los mismos zapatos del inspector, uno de sus sueños, un candado herrumbrado o el universo en expansión, recreándose así un mundo maravilloso frente al que el lector siente que pueden hablar hasta las paredes —y de hecho lo hacen en un momento—, cuando se juega el juego de la literatura: el que consiste en nombrar un mundo hasta entonces innominado.

Los cambios de óptica aludidos implican diversas percepciones de los objetos y diferentes —y hasta encontradas— actitudes hacia ellos por parte de los observadores, acentuadas en la obra a través de la proliferación de discursos que se vuelven modelos de singulares pastiches satíricos. En ese sentido, los “si yo fuera” recuerdan los “A la manera de...” con los que se imitaba el estilo de alguien con efectos humorísticos. En “El novio” el discurso de un inspector, de un crítico de arte, de un profesor con aspiraciones cientificistas o el testimonio de vida de una mujer con problemas familiares se suceden para relatar una historia común y sin jerarquías valorativas, al tiempo que se manifiestan las aristas irrisorias de sus propios modos de enunciar.

Desde el detalle sorprendente —la descripción del recorrido de una sola gota de sangre— hasta la rigurosa orfebrería del conjunto, todo parece justificado en esta autotitulada “comedia”, cuyo humor sostenido en toda la obra sabe aprovecharse del rico material que proporcionan las hablas de la calle, actuales o ya extinguidas, o de los encuentros inesperados que genera una capacidad asociativa sorprendente.

No es entonces casual que, entre sus múltiples voces, la última pertenezca a un fantasma, alguien que pierde peso y sustancia para alcanzar libremente las alturas de la imaginación, y que puede decirle al protagonista de la novela, como si se tratara del mismo lector: “Vaya, amigo, que el cielo es suyo”.
Publicado en "Señales", La Capital, 11/11/07.

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