El que está cruzando el río nació en San Nicolás (provincia de Buenos Aires) en 1972 y vive en Rosario desde 1990.
Es profesor y licenciado en Letras, y Doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura. Colaboró con reseñas, notas y entrevistas en el periódico El Eslabón, el diario El ciudadano & su región, el diario digital Redacción Rosario, el suplemento "Señales" del diario La Capital, la revista Diario de Poesía y en la sección reseñas de
http://www.bazaramericano.com/.
Es uno de los responsables de Salón de Lectura, sección de escritores del banco sonoro
Sonidos de Rosario y seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (Córdoba, Editorial Recovecos, 2009).
Escribió
Letras de rock argentino. Género, estilos y transposiciones (1965-2008), Baja tensión (Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2012), Desaire (Bs. As., En Danza, 2014) y el inédito Locales y visitantes.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Jim Morrison: dionisíaco y barroco. Sobre Ave roc, de Roberto Echavarren.


Ave roc es la primer novela del uruguayo Roberto Echavarren. Fue publicada por la editorial bajo la luna nueva, en el 94. Dedicada a la memoria de Néstor Perlongher, se propone la evocación amorosa de otro desaparecido, que en vida encarnó, como el primero, numerosas figuras de la intensidad y la lucidez: Jim Morrison. Ambos, multifacéticos, con el destiempo propio de las geografías a las que pertenecieron, fueron creadores de una poética del éxtasis, del trance, del estar fuera de sí.
La voz narradora, de un rioplatense que recuerda su relación con Jim -amigo, amante, ícono del rock, decadente parisino-, asimila la primera persona del rock, que cuando dice yo significa nosotros. Ese diálogo íntimo que el texto teje está articulado por la forma epistolar insinuada: la novela se escribe en segunda persona, destinada a un tú que está muerto, a un yo también perdido.
En Ave roc fluye el tiempo, que no es absoluto (“El tiempo está de nuestra parte”, dijiste. ¿Cuál tiempo, ahora? El que necesito para contarte estas patrañas. El tiempo que te supiste dar para salir como un cohete arrasando de costado aquellos cañones de casuchas (...) supiste robar el tiempo, el tiempo que no sabe qué se hizo con él, qué se hizo de él, pero yo lo sé y te lo diré”), como también fluyen los lugares, los sexos de los personajes, los amantes o agresores ocasionales, las razas, los ritos. La novela que se pretende memoria de una vida, de una figura célebre, y por lo tanto plantea la construcción de una identidad, socava paradójicamente toda posibilidad de hacerlo, por la misma estética del texto, que se erige como una verdadera puesta en acto de la demolición del pensamiento de la identidad. El espíritu dionisíaco que alienta la escritura, y que es tematizado en la novela de múltiples formas, condice con el barroquismo de una prosa que deviene poesía a cada paso, que despliega una sintaxis a veces simple, a veces compleja, y que puede hacer uso tanto del criollo “milico” como del modernista “rielar”.
Los hitos biográficos de Jim aparecen iterativamente en la novela, que progresa hacia su final en una bañera de París. Del mismo modo en que se entretejen los indicios tanáticos (la fascinación de Jim por el vacío, por ejemplo), desde la infancia misma hasta esa suerte de suicidio final por sobredosis.
Ave roc también practica una arquelogía: la de los “dorados” años 60. Época y sujeto, se contrarrestan, para el narrador, como modo y estilo. La moda sería la cosificación impuesta, reglada socialmente; el estilo, que el narrador reconoce y valora en Jim, sería la asunción plena de la subjetividad. Sin embargo, el estilo, como las cristalizaciones que permanecen en las obras (gestos, perfomance, letras, poemas, melodías, vestuario) de un autor, reconocibles, también son formas de la identidad, de la muerte. El estilo sería lo que insiste en permanecer cuando el volado Morrison, en trance, deja de ser quien es. Por eso tal vez Jim abandona tempranamente su estilo, a lo Rimbaud, “ocultando la imagen más fuerte de la década”.
Como en un teatro de máscaras que nunca abandona, el Jim de Echavarren juega a aterrar y a seducir a los demás. Esas máscaras pueden llamarse Alejandro, Nietzche, Blake, el Living Theatre, Kerouac, referencias culturales de las que Jim se apropia sensualmente. Nómade, ni hombre ni mujer, ni indio ni civilizado yankee, ni puro rocker, poeta, cineasta, intelectual de izquierda, transita entre “el yoga y las borracheras”, valiéndose de “tres voces al mismo tiempo (...) ¿De dónde salía el timbre de poseído cuando hipabas la cerveza? No era de nadie, era de ultratumba, de alguien vuelto lobo hace tiempo.”
El narrador retorna a viejos filmes, repasa fotos, letras de canciones, consulta entrevistas, en una suerte de exhumación arqueológica y fallida. En lugar de ganar certezas sobre el personaje, aumenta el misterio de una vida que no entrega todo su sentido: “¿Quién se toma el trabajo de programar la salida, pensé, a quién le preocupa que lo amen dos veces: en vida y después de muerto? Jugaste esta carta el tiempo todo. Te escondías para que te siguieran queriendo.” Lo mismo, se nos ocurre ahora, que hace felizmente Echavarren con su novela.

Publicado en El Eslabón n° 63, Rosario, septiembre de 2005.

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